Gasterópodo II
Nietzsche pensaba que es imposible –o al menos falaz
o superfluo– postular la existencia de cualquier objeto. “Un objeto, para
Nietzsche”, explica Alexander Nehamas en su libro Nietzsche, la vida como literatura, “no es una sustancia permanente
que subyace a sus características. Es, simplemente, un entramado de situaciones
con el que otras pueden ser compatibles o armónicas; al que otras pueden
incluso dañar; y al que otras pueden ayudar, o favorecer”.
Ahora
bien, quizá más importante que lo anterior, es necesario entender que los entramados
de situaciones –es decir los objetos– no son esenciales: las cosas no mantienen
relaciones por sí mismas; se entrelazan –mejor dicho: parecen entrelazarse–
gracias al proceso interpretativo de quienes las observan. Y todos saben que
los procesos interpretativos están siempre determinados por puntos de vista que
incorporan intereses, necesidades y valores particulares.
Aclaro lo
anterior para evitar malentendidos y poder enunciar lo que, para mí, es un
gasterópodo. Un gasterópodo es un entramado de situaciones que me ponen frente al
símbolo del paraíso perdido. Calcárea huella helicoidal de un momento en que
creí que la precariedad no existía o, al menos, de un momento en que no la
percibí. O: huella de cuando supe que la tragedia sobrevuela sin descanso el
cielo pero aún no me rozaba su tenebrosa ala.
Algún día narraré el entramado
de situaciones que, acomodado por mi proceso interpretativo, me llevó a esa
definición
Libros que cambian
Recuerdo
una novela, Hocus Pocus, de Kurt
Vonnegut, donde la presentación en primera persona del protagonista da varios
giros de 180 grados antes de acabar el primer capítulo, lo cual produce un
efecto de desconcierto y riesgo exquisito. Digo recuerdo porque de no estar refugiado en la enloquecida casa familiar,
escribiendo sobre un burro de planchar que me sirve de escritorio, iría a mi
librero, consultaría a Vonnegut y me aseguraría de citar los ejemplos
correspondientes. Pero no puedo porque mi departamento está en riesgo de
demolición tras el terremoto y, por si fuera poco, me veo obligado a hacer labores
de enfermero porque mi madre se encuentra grave, gravísimamente enferma en la
habitación de al lado. Así que forzosamente permanezco aquí, equivocando mis
recuerdos y pensando que, ahora más que nunca, escribir equivale a planchar las
arrugadas prendas del ropero de la mente. Tarea de mayordomo y no de literato,
cosa que le va bien a mi nueva labor de enfermero. Procedo, entonces, a alisar
pliegues y a explicar que fue a raíz de la lectura de Mac y su contratiempo, nueva novela de Enrique Vila-Matas, que
intenté recordar libros que, como Hocus
Pocus, cambien y retuerzan su mecanismo interno produciendo un efecto de
desconcierto, riesgo exquisito y avance sin tregua.
Me
gustan los libros que cambian y retuercen su mecanismo interno.
Vila-Matas y la vestimenta
Escribir equivale a alisar las arrugadas
prendas del ropero de la mente. Eso me parece que hace Vila-Matas, a quien
siempre me he imaginado en su estudio, sacando libros del librero como si
descolgara camisas.
Vila-Matas y la vestimenta
Escribir equivale a alisar las arrugadas
prendas del ropero de la mente. Eso me parece que hace Vila-Matas, a quien
siempre me he imaginado en su estudio, sacando libros del librero como si
descolgara camisas.
Simple diarista
Pasa de simple diarista desocupado a detective de barrio, marido celoso,
falso reportero, crítico literario, fantasma de sí mismo, intermediario entre
el mundo pulcro de la gente con casa y la conjura de vagabundos que amenaza con
apoderarse de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario