viernes, 3 de noviembre de 2017

Lascas

Gasterópodo II


Nietzsche pensaba que es imposible –o al menos falaz o superfluo– postular la existencia de cualquier objeto. “Un objeto, para Nietzsche”, explica Alexander Nehamas en su libro Nietzsche, la vida como literatura, “no es una sustancia permanente que subyace a sus características. Es, simplemente, un entramado de situaciones con el que otras pueden ser compatibles o armónicas; al que otras pueden incluso dañar; y al que otras pueden ayudar, o favorecer”.
     Ahora bien, quizá más importante que lo anterior, es necesario entender que los entramados de situaciones –es decir los objetos– no son esenciales: las cosas no mantienen relaciones por sí mismas; se entrelazan –mejor dicho: parecen entrelazarse– gracias al proceso interpretativo de quienes las observan. Y todos saben que los procesos interpretativos están siempre determinados por puntos de vista que incorporan intereses, necesidades y valores particulares.
     Aclaro lo anterior para evitar malentendidos y poder enunciar lo que, para mí, es un gasterópodo. Un gasterópodo es un entramado de situaciones que me ponen frente al símbolo del paraíso perdido. Calcárea huella helicoidal de un momento en que creí que la precariedad no existía o, al menos, de un momento en que no la percibí. O: huella de cuando supe que la tragedia sobrevuela sin descanso el cielo pero aún no me rozaba su tenebrosa ala.

Algún día narraré el entramado de situaciones que, acomodado por mi proceso interpretativo, me llevó a esa definición

Libros que cambian
Recuerdo una novela, Hocus Pocus, de Kurt Vonnegut, donde la presentación en primera persona del protagonista da varios giros de 180 grados antes de acabar el primer capítulo, lo cual produce un efecto de desconcierto y riesgo exquisito. Digo recuerdo porque de no estar refugiado en la enloquecida casa familiar, escribiendo sobre un burro de planchar que me sirve de escritorio, iría a mi librero, consultaría a Vonnegut y me aseguraría de citar los ejemplos correspondientes. Pero no puedo porque mi departamento está en riesgo de demolición tras el terremoto y, por si fuera poco, me veo obligado a hacer labores de enfermero porque mi madre se encuentra grave, gravísimamente enferma en la habitación de al lado. Así que forzosamente permanezco aquí, equivocando mis recuerdos y pensando que, ahora más que nunca, escribir equivale a planchar las arrugadas prendas del ropero de la mente. Tarea de mayordomo y no de literato, cosa que le va bien a mi nueva labor de enfermero. Procedo, entonces, a alisar pliegues y a explicar que fue a raíz de la lectura de Mac y su contratiempo, nueva novela de Enrique Vila-Matas, que intenté recordar libros que, como Hocus Pocus, cambien y retuerzan su mecanismo interno produciendo un efecto de desconcierto, riesgo exquisito y avance sin tregua.

Me gustan los libros que cambian y retuercen su mecanismo interno.


Vila-Matas y la vestimenta

Escribir equivale a alisar las arrugadas prendas del ropero de la mente. Eso me parece que hace Vila-Matas, a quien siempre me he imaginado en su estudio, sacando libros del librero como si descolgara camisas.   

Simple diarista

Pasa de simple diarista desocupado a detective de barrio, marido celoso, falso reportero, crítico literario, fantasma de sí mismo, intermediario entre el mundo pulcro de la gente con casa y la conjura de vagabundos que amenaza con apoderarse de la ciudad.

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