domingo, 28 de junio de 2015

Novo, Leduc y las huellas imposibles del shandysmo en México

(Publicado en Este país)

Además de haber sido estupendos poetas y prosistas que, según la opinión maliciosa de muchos, desperdiciaron su vida y talento en el periodismo, Salvador Novo y Renato Leduc tienen en común el haber sido los únicos escritores mexicanos que estuvieron relativamente cerca de formar parte de la internacional conjura shandy que cobijó en Europa, entre 1924 y 1927, a un selecto grupo de artistas autodenominados “portátiles”, entre los que se encontraban, por citar sólo algunos nombres, Marcel Duchamp, César Vallejo, Walter Benjamin, Georgia O’Keeffe, Salvador Dalí, Jorge Luis Borges, Aleister Crowley y Cyril Connolly.

Ambos reunieron en sus personas y en sus obras los requisitos necesarios para ingresar a la sociedad secreta shandy,[1]pero ninguno estuvo en el lugar adecuado ni en el momento preciso. Es imposible calibrar las consecuencias que hubiera tenido para el desarrollo de las letras mexicanas el que cuando menos uno de ellos militara en la revolucionaria conjura o que, como mínimo, fuera un fiel epiloguista de la misma; seguramente nuestra literatura habría evolucionado de manera similar a la argentina, la cual, según afirma Graciela Speranza en su libro Fuera de campo: Literatura y arte argentinos después de Duchamp, tomó un rumbo vanguardista y excéntrico dentro del ámbito latinoamericano gracias a que en ese país vivieron tres artistas shandys: Borges, Duchamp (entre 1918 y 1919) y Witold Gombrowicz (de 1939 a 1963).

¿Por qué los mexicanos no lo lograron? Las razones son tan abismalmente banales como pueden ser el hecho de embarcarse en el océano Pacífico en lugar del Atlántico (en el caso de Novo), y el hecho —típicamente mexicano— de llegar tarde a una ciudad y, además, arruinar las cosas tanto por un idiota arranque de homofobia como por una broma inocente que fue demasiado lejos (el caso de Leduc). Las siguientes líneas son un breve recuento de esos acontecimientos.

salvador novo
Salvador Novo

Salvador Novo, que en 1927 tenía veintitrés años y ya conocía las obras de algunos conjurados (en la revista Contemporáneos se publicaban a menudo traducciones de los shandys), tuvo la intención, la oportunidad y los medios necesarios para embarcarse hacia el viejo continente y coincidir con ellos. De hecho, a finales de 1926, recibió una carta de Jean Cocteau en la que éste lo invitaba personalmente a formar parte de la conjura que en ese momento se congregaba en Praga. El joven Salvador respondió con una breve misiva en la que se comprometía a partir en marzo de 1927 a Europa para encontrarse con él.[2]Sin embargo, debido a un extravagante compromiso burocrático, Novo salió del país ese mismo año con un rumbo diametralmente opuesto: se dirigió en tren a San Francisco y ahí tomó un barco a Hawái junto con un equipo de la Secretaría de Educación Pública que iba a representar a México en un congreso tropical en Honolulu (de ese viaje resultó, por cierto, su segundo y delgado libro titulado Return ticket, una verdadera joya de ingenio, frivolidad e inteligencia que, irónicamente, hubiera sido la delicia de los shandys si la hubieran leído). En este caso, como en muchos otros a lo largo de su vida, la perdición de Novo fue estar demasiado atado a los compromisos institucionales que le imponía el gobierno mexicano, los cuales lo arruinaron como artista y como personaje público respetable.

Jean Cocteau a 25 ans lorsque la Première Guerre Mondiale éclate ...
Jean Cocteau

Como en diciembre de 1927 se disolvió para siempre la conjura shandy, Novo perdió la oportunidad de sumarse a sus filas, lo cual es una verdadera lástima porque él más que nadie hubiera encajado a la perfección en la sociedad secreta. Contaba con todo lo necesario: desde muy joven fue un lector cosmopolita; su obra literaria se caracteriza por ser ligera y transportable (fue un gran escritor de relatos de viajes); demostró ser un insolente y un provocador nato; practicó una de las sexualidades más extremas de la primera mitad del siglo XX en México (entre otros gustos, era aficionado al coito con choferes de autobuses, gremio del que, por cierto, redactaba la revista El chafirete); permaneció siempre en la más intachable y desahogada de las solterías…

Por su parte, la relación entre Leduc y el shandysmo fue, aunque anacrónica, más compleja y comprometedora: hizo y deshizo un par de matrimonios. Él, que en los años veinte, a diferencia de Novo, desconocía casi por completo la existencia de los portátiles (su lamentable ignorancia se debía a la aversión que le profesaba a los Contemporáneos y a su revista, que por aquellos años publicaba en México, como ya dije, algunas obras shandys), se embarcó en 1929 con rumbo a París en unas vacaciones que le cambiaron la vida, pues fue entonces cuando escuchó por primera vez, en un café del Barrio Latino, que apenas hacía poco más de un año se había disuelto una sociedad secreta de artistas y poetas cuyos votos inviolables eran la sexualidad extrema y la soltería. Esto último llamó mucho su atención, ya que desde meses atrás se sentía atormentado y arrepentido por haberle prometido a una joven de Chihuahua que se casaría con ella después de que él terminara la licenciatura en Derecho, carrera que le aburría tanto que durante las clases, en lugar de poner atención a los maestros, se entretenía escribiendo poemas satíricos (quizá por ellos su primer libro se titula El aula). Era natural que cualquier cosa que predicara en contra del matrimonio y a favor de la promiscuidad cautivara su interés.
Renato Leduc retratado por Fernando Leal

Aguijoneado por lo que acababa de escuchar, durante sus breves vacaciones se dedicó a informarse lo más que pudo acerca de la desaparecida conjura de los solteros, de la cual, por ser muy reciente, se hablaba con frecuencia en los bares parisinos. En una de sus indagaciones, escuchó a un sujeto que decía haber sido un conjurado afirmar que un verdadero shandy era “una persona célibe, imposible, gratuita y delirante, es decir: un artista portátil, o, lo que es lo mismo, alguien a quien uno puede llevar tranquilamente a cualquier parte”. Esas palabras se le quedaron grabadas en el corazón a Renato y, a partir de ese momento, tuvo la firme determinación de vivir el resto de sus días como uno de esos misteriosos artistas portátiles, cosa que no se le dificultó: desde muy joven él había sido alguien a quien se podía transportar tranquilamente a cualquier lugar sin necesidad de pedir permiso ni hacer preparativos para el viaje. Basta revisar su biografía y comprobar cómo un día de 1914, siendo todavía un adolescente, se fue intempestivamente, sin avisarle a su madre, con el ejército mexicano a Veracruz a prestar sus servicios de telegrafista durante la invasión norteamericana al puerto; o cómo se sumó sin vacilaciones a las fuerzas de la División del Norte y anduvo de un lado a otro con los revolucionarios; o, para no ir más lejos, cómo había llegado a París en esas vacaciones que le salieron como de sorpresa después de haber ganado un dinero imprevisto…

Inspirado por su descubrimiento shandy, lo primero que hizo Leduc al regresar de Europa fue enfriar las relaciones con su prometida de Chihuahua. Asimismo, parapetado en su recién adquirido celibato y renunciando a los grandes propósitos, abandonó la carrera de Leyes (de haberse graduado hubiera tenido una carrera política importante pues sus condiscípulos y amigos fueron, ni más ni menos, Miguel Alemán y Adolfo López Mateos) y se dedicó en la Ciudad de México a realizar seis inocuas actividades: escribir poemas obscenos e insolentes, deambular por las calles, cotorrear en las cantinas, ir a las corridas de toros, visitar a las prostitutas y trabajar por las mañanas en la Secretaría de Hacienda, donde un buen día de 1934 un funcionario le ofreció la oportunidad de regresar a París, pero no como turista sino a laborar como burócrata de bajo rango en el consulado mexicano, ofrecimiento que aceptó inmediatamente, aun antes de que el funcionario terminara de hablar. Así, semanas después de escuchar la propuesta de trabajo, Renato se encontraba de nuevo embarcado con rumbo a Europa, con la firme convicción de llevar una vida shandy en la ciudad más shandy del mundo.

Leduc permaneció felizmente en París diez años, hospedado en un hotelito llamado Saint Pierre y haciendo básicamente lo miso que hacía en México: solo cambió las corridas de toros por unas visitas asiduas al zoológico, las cuales lo inspiraron para escribir uno de sus mejores poemas: “Epístola a una dama que nunca en su vida conoció los elefantes”. La Ciudad Luz fue para Leduc un verdadero paraíso desbordante de turistas nórdicas y placeres gastronómicos, un centro de operaciones ideal para la alegre futilidad que tanto le gustaba. De hecho, como él mismo confesó, fueron únicamente las circunstancias históricas las que lo obligaron a irse de ahí: “de no haber mediado la ocupación alemana en Francia, juro que me habría quedado a vivir en París el resto de mis días…”.

Pues bien, de esa década parisina datan los verdaderos encuentros y desencuentros de Leduc con el shandysmo, movimiento que, pese a estar extinto desde 1927, contaba aún con numerosos epígonos y grupos de amigos que se reunían alrededor de algunos veteranos de la conjura para emular a los shandys. Aproximadamente a mediados de 1937, es decir, tres años después de su llegada a la ciudad, recordando que un artista portátil debía profesar simpatía por la negritud, Renato comenzó a visitar el cabaret de Eduardo Castellanos, un negro caribeño que ponía música cubana para ambientar a sus clientes. Dicho tugurio se encontraba en la rue de la Fontaine, precisamente en el sótano del edificio donde vivía el exshandy André Breton, a quien Leduc le pidió una noche cerillos para encender un cigarro. Breton, que según Renato “era un tipo alto y corpulento, de melena y extremadamente inteligente que, no obstante, se sorprendía de cualquier cosa y por momentos parecía ser un muchacho”, de inmediato sintió simpatía por ese mexicano que, una vez encendido su tabaco, comenzó a relatarle con mucha gracia cierta anécdota casi surrealista de cuando Pancho Villa, rodeado de jinetes sanguinarios que bebían tequila e inhalaban pólvora directamente de sus pistolas como si fuera cocaína, prendió un habano con la mecha de una carga de dinamita que segundos después destruiría un puente ferroviario. Fascinado por lo que acaba de escuchar, Breton decidió a invitar al mexicano a las fiestas que celebraba el grupo de los surrealistas, donde, entre otras personalidades, Renato pudo conocer a Benjamin Peret, Remedios Varo, Max Ernst, Pablo Picasso y Leonora Carrington.

Andre Breton
Breton

Fue en una de esas fiestas donde sucedió algo desastroso para las pretensiones shandys de Leduc. Estaban todos reunidos en casa de Peret. Picasso y Renato se encontraban ligeramente apartados de los demás, cerca de un balcón, platicando acerca de los murales de Diego Rivera. De repente, Breton, que por esos días ya estaba planeando su posteriormente célebre viaje a México, se acercó y quiso de buena voluntad intervenir en la conversación sobre artistas mexicanos diciendo que él, por unas charlas que había tenido con Jean Cocteau, deseaba conocer a un escritor llamado Salvador Novo y a sus amigos los Contemporáneos. Al escuchar eso, Renato, que había bebido algunos coñacs de más, le contestó lo siguiente creyendo estar emitiendo un comentario simpático:

—Carajo, André, no sabía que usted estuviera interesado en la mariconería. Desconozco si es su amigo de verdad, pero le recomiendo que evite el contacto con ese Cocteau que lo empuja a visitar a los culos más hospitalarios de mi país, no vaya a ser que usted, irónicamente, se contagie en México de un vicio que nosotros consideramos típicamente francés.

Aunque todos en la fiesta escucharon las agresivas palabras de Renato, nadie, por evitar una gresca, dijo nada. Dejaron pasar el incidente homofóbico pero, en compensación, se alejaron del mexicano y lo reprobaron en silencio, lo cual era predecible pues una de las características que siempre marcó a los shandys —a quienes todos ahí trataban de imitar— fue una gran simpatía por quienes practicaban sexualidades no heteronormativas como Duchamp, que gustaba disfrazarse de mujer bajo el nombre de Rose Sélavy, o como Gombrowicz, quien años después espiaría excitado a los jóvenes y musculosos marineros argentinos, o como el mismísimo Cocteau, que era abiertamente homosexual. Renato había hecho el ridículo.

Rrose Selavy alias Marcel Duchamp
Duchamp como Rose Sélavy

Y es que el mayor defecto que tuvo Leduc fue la homofobia, que no solo se manifestó en su vida personal sino que eclosionó también en su literatura, llegando a ensuciar su reputación de buen escritor. A propósito, comenta Enrique Serna: “de los textos reunidos en su Obra literaria, solo uno de ellos huele a rancio, la cuasi novela Los Banquetes, donde hace gala de una homofobia tan visceral que llega a resultar sospechosa. Al parecer, en los años treinta Leduc se sintió amenazado por el predominio de los homosexuales en la vida cultural mexicana y creyó necesario escribir un AntiCorydon que en pleno siglo XXI se lee como una curiosidad arqueológica”.

Si en París, por el comentario de la fiesta, había quedado como un tonto, por fortuna para él, cuando tiempo después regresó a México, el defecto de su homofobia dejó de contar como tal, pues en este país, a mediados del siglo XX, sobraban los idiotas que incluso celebraban sus bromas y comentarios discriminatorios. Sea como fuere, hoy ocurre un fenómeno inverso en el que muchos lectores, al enterarse de la homofobia del escritor, lo arrojan vengativamente al cadalso del olvido, con lo cual quienes salen perdiendo son los verdugos puesto que renuncian a la oportunidad de poder disfrutar algunos de los textos más sabrosos y antisolemnes de la literatura mexicana, como el excelentemente obsceno poema Prometeo sifilítico o los ensayos recopilados en ese breve y bello libro que es Historia de lo inmediato, de donde los jóvenes prosistas de la actualidad pueden tomar una inigualable lección de cómo la labor venal del periodismo puede convertirse, con un poco de amor y entrega al oficio, en la mejor y más literaria de las escrituras ensayísticas…

Además, condenar al olvido a la figura de Renato Leduc por su homofobia solo es posible con el costo elevadísimo que implica borrar a uno de los personajes más interesantes y divertidos de la centuria pasada en México. Porque él, como pocos, tuvo el talento necesario para convertirse a sí mismo en un personaje novelesco, talento que, por cierto, tiene mucho del impulso vanguardista que busca destruir las fronteras que separan artificialmente arte y vida. Hay que leer, para tener una idea cabal de lo anterior, las conversaciones autobiográficas que sostuvo con José Ramón Garmabella y que fueron publicadas con el título de Renato por Leduc: Apuntes de una vida singular. Ese libro es la novela que Renato nunca pudo escribir porque se dedicó a vivirla, una narración detallada y divertida de su longeva vida que, por momentos, adquiere tonos de ficción de espionaje, libro de Historia, crónica deportiva, ensayo literario, biografía descarnada y declaración sin culpas de un gran gusto por la vida, la amistad y la poesía.

Es precisamente en ese libro conversacional donde se consiga el segundo incidente que hizo que los admiradores de los shandys se enojaran definitivamente con Renato. Resulta que en los días en que París se encontraba tomada por los nazis, Leduc iba platicando con una amiga suya que se llamaba Herminia por la avenida Kleber que va desde el Arco del Triunfo hasta Trocadero. Fue ahí cuando vio a lo lejos unas motocicletas alemanas que se acercaban custodiando a un automóvil descubierto. Entonces él, que siempre fue un bromista irresponsable, pensó que si saludaba a la escolta con un “Heil Hitler”, su amiga se desconcertaría y se reiría. Lo hizo: alzó el brazo derecho y con insolencia gritó. La consecuencia inesperada fue que las motocicletas y el automóvil se detuvieron. Del asiento del vehículo se levantó un hombre que resultó ser Hitler en persona, quien respondió al saludo de Renato con las mismas palabras e inmediatamente siguió su escoltado camino. Efectivamente, Herminia se desconcertó, pero en lugar de reírse abofeteó a su amigo. Cuenta Leduc: “Traté, en vano, de explicarle que yo no sabía que ese tipo era Hitler y que, si lo había saludado, era únicamente por cabrón pues, al igual que ella, también yo odiaba a los nazis… Empero, furiosa como estaba, mi amiga no solo no entendió razones, sino que se echó a correr calle abajo dejándome con un palmo en las narices”. Sin embargo, las cosas no acabaron ahí, sino que Renato tuvo la pésima suerte de que en ese momento pasaran por la calle Breton, Max Ernst y Leonora Carrington, quienes no podían creer lo que veían. Se acercaron a él y le reprocharon con desdén: “Es usted un fascista. Le pedimos por favor que de ahora en adelante se evite la molestia de hablarnos porque nosotros no le responderemos el saludo”, y también se fueron calle abajo.

Hitler visite Paris le 28 juin 1940 au petit matin ©Heinrich HOFFMANN ...
Hitler en París

En realidad se trataba de una sentencia falsa, como a continuación podrá verse: cuando la situación en Francia, por la ocupación nazi, se volvió irrespirable, mucha gente huyó a España con la intención de después pasar a Lisboa y ahí embarcarse a América. Coincidencias curiosas, en Lisboa, Renato encontró a Carrington, quien le contó, un poco desesperada, sus desgracias: había estado internada en un manicomio de Santander porque unos bombardeos que presenció en Inglaterra la pusieron en un estado de crisis nerviosa y, para complicar las cosas, su visa estaba vencida, por lo cual las autoridades portuguesas la urgían a que regresara a Francia o a Inglaterra. En fin, para abreviar los acontecimientos, Leduc y Leonora terminaron casándose en la capital lusa para regularizar la situación migratoria de la pintora y así poder salir del continente lo más rápido posible, propósito que lograron a bordo de un barquito llamado Exeter, donde viajaron hacia Nueva York “amontonados como sardinas”. Algo cercano a una luna de miel.

Leonora Carrington

Es irónico que la aventura soltera de Renato en Europa terminara de esa manera. Sin embargo, no fue esa una verdadera renuncia al celibato shandy porque, como ambos cónyuges afirmaron varias veces, se trató de un matrimonio realizado con fines meramente prácticos que, además, duró solo un año. Por su parte, Leduc permaneció el resto de vida tan fiel a sus principios solteros que en una ocasión, cuando su gran amiga María Félix le propuso casarse con ella, él le dijo que no, que muchas gracias, que, como Bartleby el escribiente, preferiría no hacerlo: “como eso del matrimonio está del carajo y el enamorarse en serio es de la chingada, prefiero no hacer ninguna de las dos cosas para no tener que fletarme”.

Pero regresando al momento preciso en que Leduc llegó otra vez a México, es preciso anotar que lo hizo desempleado y en una situación económica crítica que solo pudo solucionar metiéndose a trabajar como columnista en el periódico Excélsior. A partir de ese momento, el periodismo se convirtió en su forma de vida, en un oficio sin descanso que le proporcionó sustento monetario, la posibilidad de viajar a muchas partes del mundo como representante mexicano del gremio y, algo totalmente insospechado, el medio ideal para convertirse en un escritor genuinamente portátil, pues durante décadas su obra se transportó, ligera, bajo el brazo de miles de lectores que compraban los diarios con la intención de leer la popular columna de Renato, el mexicano que coqueteó con la sombra enloquecida del shandysmo y se casó fugazmente con ella.



Bibliografía
Bradu, Fabienne, André Breton en México. México: Fondo de Cultura Económica, 2012.
Garmabella, José Ramón, Renato por Leduc: Apuntes de una vida singular. México: Ediciones Océano, 1983.
Leduc, Renato, Obra literaria. Selección de Edith Negrín y prólogo de Carlos Monsiváis. México: Fondo de Cultura Económica, 2000.
Monsiváis, Carlos, Salvador Novo: Lo marginal en el centro. México: Editorial ERA, 2004.
Novo, Salvador, Viajes y ensayos I. Selección e introducción de Sergio González Rodríguez y Antonio Saborit. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
Schneider, Luis Mario, “El affaire Jean y Salvador”, en Epistolarios mexicanos del siglo XX. Selección de Evodio Escalante, Hernán Lara Zavala y Federico Patán. México: UNAM, 2001.
Serna, Enrique, “Renato Leduc: el pase del desdén”, en www.letraslibres.com/revista/tertulia/renato-leduc-el-pase-del-desden.
Speranza, Graciela, Fuera de campo: Literatura y arte argentinos después de Duchamp. Barcelona: Anagrama, 2006.
Vila-Matas, Enrique, Historia abreviada de la literatura portátil.Barcelona: Anagrama, 2009.


[1]Enrique Vila-Matas, el más destacado historiador de la conjura, señala en su fundamental y ya clásica Historia abreviada de la literatura portátil que para ser admitido en la sociedad secreta shandy era imprescindible contar con las siguientes características: “funcionar como una máquina soltera” (ser célibe), “que la obra de uno no fuera pesada y cupiera fácilmente en un maletín” (esto incluía la capacidad de transportar a cualquier lugar las cosas necesarias para realizar el trabajo artístico), “tener un alto grado de locura” así como “espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud” y el talento necesario para “cultivar el arte de la insolencia”. Fuera de esas exigencias, cualquier artista podía ser un shandy, siempre y cuando mantuviera en silencio su filiación.

[2]De la interesante correspondencia que mantuvieron Cocteau y Novo nos informa Luis Mario Schneider en su artículo “El affaire Jean y Salvador”, donde apunta que el intercambio de cartas entre ambos comenzó cuando el grupo de teatro Ulises, patrocinado por Antonieta Rivas Mercado y conformado por varios miembros del grupo de los Contemporáneos, deseaba poner en escena algunas obras de Cocteau. Novo se propuso, pese a no escribir muy bien en francés –siempre prefirió la lengua inglesa–, comunicarse postalmente con el dramaturgo, quien le contestó con amabilidad y apoyó en todo lo que pudo a las representaciones teatrales mexicanas, de las cuales siempre procuró mantenerse informado, como hace constar el siguiente pasaje de su libro Opium donde relata algunas vicisitudes misteriosas: “Se representaba Orfeo en español, en México. Un terremoto interrumpió la escena de las bacantes, demolió el teatro e hirió a algunas personas. Una vez reconstruido el teatro, vuelven a representar Orfeo. De repente, el regidor anuncia que el espectáculo no puede continuar. El actor que representa a Orfeo, antes de volver a salir del espejo, había caído muerto entre bastidores”.

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